Nuestra Oficina
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Hace años que la publicidad tiene la culpa de nuestros grandes problemas, sean de salud, economía, inactividad, medio ambiente y hasta la pérdida de identidad nacional. Por lo menos ésa es la idea que millones de personas aún sostienen.
Que si tenemos enfermedades como obesidad, diabetes o hipertensión es culpa de empresas como Coca Cola, Pepsi, Hershey’s y cualquiera que produzca refrescos, dulces y repostería. Si el problema es tener las tarjetas de crédito, es porque las firmas de ropa, electrodomésticos y hasta la más humilde tienda de conveniencia nos “embaucaron”; y si no tenemos actividad física y peor aún, los fines de semana los pasamos viendo temporadas de series en plataformas como Netflix o Amazon, es porque esas empresas no nos dejaron en paz hasta que le dimos clic a la opción.
El punto es que nadie se hace responsable de sus ilusiones, evasiones, curiosidades, debilidades, malas administraciones, pereza, gula, falta de consulta o comparación informativa, en fin, excesos o malas decisiones al final de cuentas. Difícilmente se dirá que si realizas compras de acuerdo a tu presupuesto y necesidades reales; o si consumes moderadamente tal o cual producto con exceso de sodio, azúcar o similares, tendrás calidad de vida y diversión.
La gran verdad es que la publicidad no tiene la culpa, de lo único que se le puede acusar es de efectiva, de lograr su cometido: vender. Pero comprar de más, o en ese momento de “vacas flacas” en que era mejor pensar muy bien la inversión, sencillamente es responsabilidad del consumidor.
Ninguna empresa realiza sus estimaciones anuales considerando generar millones de obesos, otra multitud de alcohólicos, más pacientes de oncología o integrantes de la penosa lista de morosos en pagos crediticios.
Asumir nuestras responsabilidades como consumidores resulta de vital importancia en una época en la que la forma de convivir con publicidad es cada vez más diversa. Ya no sólo llega a nuestros oídos, ojos y manos a través de la radio, televisión y prensa, sino también a través de muchas opciones impresas, redes sociales, espectaculares, blogs, la lista es larga. Todo el día le tenemos alrededor y no se trata de un enemigo, al contrario, es una estupenda oportunidad para conocer novedades, opciones que podrían facilitarnos la vida o brindarnos productos y servicios que den paso a grandes momentos de vida.
Así como la publicidad tiene la obligación de pasar por filtros legales, sanitarios y demás, el consumidor debe comprender que la decisión de qué, cuándo, cómo, en dónde y en qué momento adquirir una de esas opciones de compra, contratación o demás, es suya. Convertirlo en un exceso, un accidente –si no lee las indicaciones o comete imprudencias-, también será su culpa, porque la oportunidad de cambiar la ruta, siempre estuvo en sus manos. Comparar precios, bondades, fórmulas, desventajas y más, también es asunto del que consume.
La gran reflexión de todo esto es que hacernos responsables de nuestras decisiones de consumo nos permitirán madurar como personas, ser clientes más críticos y tener mayor calidad de vida.